La Morgue

A las puertas de la Morgue en la ciudad,
Como anduviera ocioso tratando de aislarme del tumulto,
Me detuve curioso.
¡Vedla, pues! Esta resaca de paria,
Una pobre ramera muerta que acaban de traer.
Depositan allí su cadáver, que nadie ha reclamado, yacen-
te sobre el húmedo suelo de ladrillos.
La mujer divina; su cuerpo,
No veo más que su cuerpo,
No miro más que eso,
Esa estancia ayer desbordante de pasión y de belleza, no
veo más que eso;
Ni el silencio tan glacial, ni el agua que fluye de la cani-
lla, ni los olores cadavéricos me impresionan,
¡Sólo la estancia, esa prodigiosa estancia, esa delicada y
espléndida estancia, esa ruina!
Esa inmortal estancia, más suntuosa que todas las hileras
de edificios construídos y por construir!
O que el Capitolio de blanco domo rematado por una ma-
jestuosa estatua,
O que todas las viejas catedrales de flechas altivas;
Esta pequeña estancia es más que todo eso, pobre estancia,
estancia desesperada,
Bella y terrible despojo—alojamiento de un alma—, alma
ella misma;
Casa que nadie reclama, casa abandonada
Acepta un soplo de mis labios trémulos,
Acepta una lágrima que vierto en tanto me alejo pensan-
do en ti,
Estancia de amor difunta, estancia de locura y de crimen,
deshecha en polvo, triturada,
Estancia de vida, antaño llena de palabras y de risas,
Mas ¡ay! pobre estancia, ya estabas muerta por entonces;
Desde meses, desde años atrás, eras una casa amueblada
resonante, pero muerta, muerta, muerta.

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