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Vida...


La semana pasada recordaba esa habitación... y hoy los trámites me llevan a pasar frente a la gran puerta de aquella casona.

Era adolescente entonces, catorce años, y el derrotero por la vida nos había llevado a ese lugar.  Una casona colonial, tipo chorizo, seis habitaciones, cuatro familias, dispuestas en el siguiente orden ( del frente al fondo ) : los dueños de la casa, la chica soltera que trabajaba en la Junta Nacional de Granos, un matrimonio ( chilena, ella, alemán, él ) y nosotros ( mi madre y yo )


Allí, en esa habitación de 5 x 5, de techo muy alto con tirantes de madera resecos, desde donde colgaban telarañas inalcanzables... y esas tablas en el piso que se hundían a cada paso y crujían y se astillaban al trapearlas, ocurría todo nuestro mundo. Ropero, cama, heladera, mesa y el anafe para cocinar con la garrafa, todo se sucedía allí dentro.


La única puerta daba a una galería hacia el poniente, desde donde cada atardecer, veía ponerse el sol de las cuatro estaciones. 

Estudiaba, sí, cuando las ganas, la pena le daban permiso...

Un pequeño cantero con tierra era mi refugio, plantaba todo gajo que me regalaban y replantaba, regaba, removía la tierra... y vivía...
En una vieja caja, bajo las chapas del pasillo, armé un insectario, todo insecto que hallaba lo protegía en ese lugar como queriendo evitar que la muerte les quitara el brillo.

Me gustaba ir a la habitación de la agrónoma, verla clasificar granos... me encantaba aprender con ella sobre tantas clases de trigo y plagas.
Nina, la chilena, dedicaba mucho tiempo a pasarle betún a las tablas del piso... y las lustraba con aquel impecable trapo de lana.


Todo se hacía a pulmón...

En esa casa, en pleno centro, atrapé dos canarios, uno amarillo con una pluma negra en el ojo izquierdo y otro con un copete en la cabeza.



balcón de hierro,
aletea en mis manos
el canario naranja



Pasamos a ser cuatro seres en ese cuarto !  Hacerme cargo de ellos, alimentarlos, limpiarlos, sacarlos a disfrutar del día, entrarlos y cubrirlos para dormir compartiendo nuestro único lugar, los sonidos de la radio, de los cubiertos, de nuestros sueños. 


Transcurrieron los meses, y un día el calendario indicó que cumplía quince años... Dios, Nina llegó con un paquete... Tres gladiolos naranjas engalanaron la mesa. 

Por la tarde... mi padre... recordó a su hija y tuvo lugar una de esas escenas que deseas olvidar, arrancar de tu vida.


Allí, al final de la galería..., en el viejo y helado baño descubrí con asombro que me había hecho señorita...


Sorpresas gratas y de las otras se sucedieron... hasta que el puesto de ayudante de modista comenzó a dejar poco rédito a mi madre y una mañana muy temprano se llevaron los muebles a una casa y nosotros...




Sin dinero... nos fuimos.
En una casa extraña
quedaron mis canarios




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